martes, 28 de mayo de 2013

FAT BITCH!

(Fuente: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=552687138117200&set=a.444599405592641.119874.398087526910496&type=1)

Con esta publicidad me enfrenté el día de ayer y me dieron ganas de tener unos tacones sólo para poder clavárselos en los ojos al publicista que hizo esto. No entiendo cómo a estas alturas seguimos presenciando bazofias de esta calaña.... ¿Es que no han aprendido nada de las críticas feministas? ¿O directamente les importa una mierda? ¿Es que nunca van a entender que las mujeres somos personas y no meros cuerpos a curtir de dolor en pos de una belleza artificial?

En fin, yo por mi parte necesitaba descargarme y grabé esto que les dejo a continuación: Fat Bitch. Y es que sí: Soy una puta gorda. Una gorda que no usa tacones para adelgazar ni piensa usarlos (sólo como arma contra algún publicista machista). Una maldita gorda tan grande que no pueden atar ni encadenar con nada. De esas gordas tan grandes que no necesitamos un hombre que nos proteja. Una gorda en exceso, que como todo exceso es MALA.  Una de esas gordas que no piensa cambiar ni dejarse atropellar ni amedrentar por el discurso del sistema capitalista-patriarcal opresor y asesino. Una gorda sin miedo. Una gorda sin complejos. UNA GORDA FELIZ 

(y encima con guitarra para desafinar a gusto... YEAH!)

Dedicado a todos los publicistas y machistas del mundo, en nombre (si me lo permiten) de todas nosotras, de todas las gordas:




viernes, 24 de mayo de 2013

Discurso Disney (I)

Les dejo acá una imagen que colgó el Colectivo Feminista Guanila en su página. 




¿Cuántas películas de estas habremos visto? Yo al menos las vi casi todas. 
¿Qué se habrá quedado de ellas en nuestros cerebros? ¿cómo afectarán sus discursos a la percepción que hoy tenemos de nosotras mismas y de lo que es ser mujer? ¿podremos modificarlo algún día, liberarnos de sus residuos?

Tantas preguntas se me vienen a la cabeza, y tengo tan pocas respuestas... 
Sólo una cosa tenga clara quizás: los discursos de Disney son precursores del sometimiento de las mujeres desde niñas. Si algún día tengo hijxs no mirarán esta basura.

martes, 14 de mayo de 2013

Si no puedo perrear no es mi revolución


Más de una se tirará las manos a la cabeza al leer el título de este texto, pero mis motivos tengo, y acá van...

Si no puedo perrear no es mi revolución*
por M. Piñeyro.



Y no soy tuya, no soy cualquiera,
soy lo que quiero ser con estas caderas...

Desde numerosos frentes es criticado el reguetón, por su nivel musical, por difundir mensajes violentos, por ser una música comercial al servicio del capitalismo, por ser machista... la lista es muy larga. Centrándonos en la mujer: se ha dicho que el reguetón expone a las mujeres a nivel de un objeto, se da una predominancia masculina (y machista) en él, y es muy común que nos denigre en sus letras y sus bailes. Pero, ¿qué hay de cierto en estas palabras? ¿hasta dónde es el reguetón per se música machista?

Ha pasado algo de tiempo -aunque sean muy comunes las reminiscencias- desde que una mujer se convertía automáticamente en una puta por bailar libremente, de forma sensual o sexual, o puta por moverse con libertad; una libertad que nos ganamos, a pesar de que hoy sean muchas las personas que dicen lo mismo de quienes bailan libremente el reguetón o perrean (un baile con connotaciones sexuales explícitas)[1].

Sin embargo, debemos reconocer que nos vendieron una libertad que no lo era tanto: de la libertad de bailar como quisiéramos, a que nos convirtieran en un objeto sexual al servicio del capitalismo-patriarcal hubo sólo un paso. Basta con echar un ojo a los videoclips musicales para ratificar la predominancia de mujeres desnudas o semidesnudas en bikini bailando, siguiendo y adulando al macho-cantante; la mujer convertida en espectáculo que se compra y se vende (clarificador y horroso ejemplo aquí), mientras pasan inadvertidas letras como "Quiero bailar" de Ivy Queen que habla del placer del baile y el control de la mujer de su propio cuerpo. Entonces, ¿dónde está el límite entre la libertad y el convertirnos en objetos sexuales de compra-venta?

A esto además, debemos sumarle un gran problema: y es que la mayoría de las veces como contrapartida (o crítica) a esta mujer-objeto que perrea al lado del macho-cantante, se coloca a una mujer-santa: esa que siempre se ha entendido como la "mujer buena", la que no muestra su cuerpo, que no baila sensualmente, buena madre o buena esposa, delicada y para ser tratada con delicadeza, esa que no mueve las caderas en una discoteca o verbena. 

Es aquí donde aparece el error que pretendo subsanar en los siguientes epígrafes y que explican por qué si no puedo perrear no es mi revolución:


1. Bailar/perrear sensualmente no nos convierte en malas-mujeres

La contrapartida a la mujer-objeto no puede ser la mujer-santa, ambas son modelos de mujer que nos reprimen: una porque queda reducida a florero, la otra a mujer del hogar, pero ambas sin deseos, sentimientos, motivaciones, libertad... 

Es muy común que se utilice a la mujer-santa para criticar al reguetón, hablando de "ofensas" contra las mujeres, y que a las mujeres hay que dedicarles "poesía" (como dice esta canción de Dame Pa Matala[2]), "tratarlas bien", "protegerlas", "cuidarlas", etc: un discurso con claras pretensiones de reconducción a la norma de lo que se considera "buena conducta" en una mujer; dos caras de la misma moneda patriarcal que reducen a la mujer a la mirada del hombre y anulan su independencia.



 2. Objeto de deseo.

La objetivación de la mujer pasa por anularle su individualidad, convertirla en un objeto que deja de ser persona para ser vendida al mejor postor. Al quitarnos la individualidad, la personalidad, la identidad, se borra todo lo que ello conlleva: la mujer se convierte en un objeto inerte, sin inteligencia, ni deseo, ni pasión, que sólo sirve para ser admirada (más info aquí). 

La sexualidad femenina queda con ello en segundo -o nulo- plano: el deseo sexual, lo que le gusta o disgusta, o lo que le apetece hacer o no. Y es ahí donde radica el problema de la objetivación: al convertirnos en objeto dejamos de ser sujeto, y al dejar de ser sujetos no podemos ser sujetos de deseo, es decir, tener deseos sexuales y decidir sobre ellos.

3. Sujeto de deseo y la mirada del otro.

Anularle el deseo sexual a las mujeres no es algo nuevo[3]: durante mucho tiempo se le ha quitado a las mujeres el derecho a ser sujetos de deseo y parecía que se vislumbraba un pequeño destello de libertad en el reguetón (y sucedáneos) que reconocía a la hembra que baila juguetona, libre y libertina... Pero la apariencia de mujer libre, sensual, loba, se convirtió en cadenas, al reducirse todo a una imagen sexual de videoclips para satisfacer el deseo del macho que mira la TV. 

Por eso hay que dejarlo claro: ser sexys no es malo, lo carnal no es malo, ser lobas no es malo, follar no es malo, la desnudez no es mala, la minifalda no es mala, bailar/perrear sensualmente no es malo, por el contrario, es parte de nuestra libertad como mujeres. Lo malo es cuando no lo hacemos por placer/deseo propio sino por el placer de otro que nos convierte en objeto de compra-venta, o cuando caemos en esa delgada frontera que hace que basemos el placer propio en el placer del otro que nos trata como mercancía. 

En otras palabras: el fallo está en basar nuestra propia satisfacción como mujeres en ser ese objeto de deseo impuesto; es decir, cuando no nos sentimos mujeres (atractivas, sexys, satisfechas) sino es a través del éxito en la mirada del hombre, que, por otra parte, no es más que la mirada del propio sistema[4]. 

Esta situación, este discurso, es muy peligroso: la autoestima propia jamás puede pasar por la mirada del otro (y hay que huir todo lo que se pueda del imperio de los cánones estéticos y patriarcales) porque eso puede conllevar a no actuar siempre por nuestra propia voluntad y a adaptarnos a la voluntad del otro fácilmente, aún cuando ésta contradiga lo que sentimos o pensamos o tenemos ganas de hacer.

Para cerrar este epígrafe, una canción de Miss Bolivia:
"En la pista me di cuenta que me reía
bailaba sola o con mis amigas
no viniste porque te aburrirías
no paré de moverme con cualquier melodía
Iluminada, no importaba si tú no estabas
todo se prendía fuego, yo me divertía
bailaba con la gente que no me conocía
y decidí entregarme al ritmo que me convertiría
en esta loca, la que se mueve, 
la que tiene el alma viva,
la que no se detiene... "
...

Estoy segura de que el gran día en que muchas mujeres toquen reguetón y se creen letras distintas y combativas, esta música se convertirá en un grito de guerra feminista. De mientras me desmeleno con cualquier tema reguetonero[5] que suene, me muevo al ritmo de la música que marca el compás de mis caderas y el sudor de los cuerpos, bailo con cualquiera y con quien quiero, libero el cuerpo y la mente en las noches que devienen en bacanal, porque hace tiempo que los hombres no pueden controlar ni reprimir mis movimientos corporales y porque hace tiempo que la Iglesia no da fuego: ¡el fuego se lo damos nosotras!

¡Atrévete! ¡Callejera Street Fighter!




DALE ALTA YAAAMAAA!! 





* Frase de June Fernández @marikazetari 
[1] Dudo entre si ganamos el derecho a bailar libremente o a autodenominarnos putas libremente, y que no nos tiemble el pulso cuando de la libertad de nuestros cuerpos se trata. Como dicen por ahí: "si ser libre es ser puta, entonces soy reputa".
[2] Esta canción, aunque considero que hace la crítica correcta, no da la respuesta correcta al cumplir la norma de enfrentar a la mujer-objetivizada la mujer-santa.
[3] Una curiosidad al respecto: durante el franquismo, a diferencia de los homosexuales hombres que eran reprimidos en cárceles,  las lesbianas eran enviadas a reformatorios y conventos, en un intento de anularles su deseo; no eran delincuentes, eran pecadoras; y su pecado era tener deseo sexual; eran mujeres malas que se habían salido de la norma.
[4] Hay que tener en cuenta que hoy en día el concepto de "objeto de deseo" tiene la connotación represora en el hecho de estar -además- reducido a los cánones estéticos estrictos establecidos por el sistema capitalista-patriarcal. El sistema económico capitalista juega un papel fundamental en la objetivación de las mujeres ya que, sumando a los cánones estéticos y los principios morales patriarcales, presenta todo un mundo de significados que utiliza para vender sus productos, a la par que implanta los estereotipos estéticos y la norma que se retroalimenta constantemente desde y hacia él, marcando severamente el imaginario colectivo.
[5] o cualquier otro ritmo que provoque

jueves, 9 de mayo de 2013

Monólogo: La marca del nombre

...en casa de María de Magdala,
las malas compañías son las mejores

Hay una cosa que me ha rondado últimamente la cabeza... ¿Será que mi nombre ha podido influenciarme en la persona que soy hoy? Crátilo le dice a Sócrates en el Diálogo: "el que conoce los nombres, conoce también las cosas", es decir, que las características de alguien -y de las cosas- podrían ir contenidas en el nombre.

Mi nombre es Magdalena. 

Todavía recuerdo mi primera clase de religión (por obligación en un colegio público - dios bendiga España), cuando la profesora me pidió que me pusiera en pie y dijera mi nombre: 

- Tú, la nueva. Ponte en pie. ¿Cuál es tu nombre?
- Magdalena. - respondí.
- ¡Anda! ¡Como la puta de la biblia!

Carcajas de toda la clase. Yo roja como un tomate. Y en ese instante yo, Magdalena, de familia atea y nunca habiendo pisado una Iglesia en toda mi vida, me enteré con 15 años que tenía nombre de puta. De puta de biblia, para ser más exactas. 

Luego fue pasando el tiempo y me leí otra biblia: el Código Da Vinci. Dan Brown decía que no, que no era puta, que era la novia y fiel esposa de Jesús: he de confesar que me gustaba más ser la amiguita que la esposa, que eso de cargar con culpas, responsabilidades y un hombre no es mi rollo, no me va.

Con el tiempo me convertí en ganas de desayunar rellena de chocolate, en bromas sobre bollos y sucedáneos, en rimas tontas con lunas llenas y hasta en una versión cutre de "La Macarena". Pero, a pesar de estas variopintas interpretaciones de mi nombre, la sombra de la puta la he arrastrado todos estos años.

Una vez me dio por buscar canciones que contuvieran mi nombre y ¡vaya casualidad! en todas me describían como una puta o una hija de puta: la que se iba con el mejor amigo, la que lo dejaba y abandonaba a su suerte, la que le hacía sufrir y querer arrancarse el corazón de cuajo, la que le hacía llorar como... ¡Uy! ¡Casi se me olvida! ¡El llanto! "Llorar como una Magdalena": a eso también me querían condenar, a llorar y a hacer llorar como una Magdalena. 

En resumen, mi madre me puso Magdalena porque le gustaba el nombre y nada más, pero en mi entorno fui encontrando personas que me lanzaban sus miradas y sus palabras penetrantes: ¡puta! ¡hija de puta! ¡llorona! ¡más que llorona!

Al final hoy le he encontrado utilidad a aquella vieja ocurrencia de mi adorada profesora de religión: cuando estoy en un bar, por ejemplo,

- Hola, ¿cómo te llamas?
- Magdalena
- ¿¿Cómo??
- ¡Magdalena!...  ¡como la puta de la biblia!

La realidad -yo creo- es que una a veces asume como propias algunas cosas de las que le espeta la sociedad. Y otras, sencillamente, no. 

Y a mi -para ser sinceras- ¡No me gusta nada llorar!