martes, 15 de julio de 2014

Apuntes para una crítica feminista de la economía*.


Según la Real Academia Española, economía es el conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad y la ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales. Sin embargo, depende qué entendamos por riqueza de una colectividad o necesidades humanas materiales, tendremos un tipo de economía u otro: economía de mercado o economía feminista.

Desde que en el siglo XIX definitivamente se instalara en los países occidentales el capitalismo de libre intercambio tras un proceso de vertiginosa industrialización, aparecieron distintas escuelas económicas (como la Neoclásica o el Marginalismo) que centraron la economía en el mercado.

Centrarse en el mercado significa entender que lo económico queda definido por los movimientos de dinero. En este sentido, todo lo que esté al margen del dinero queda al margen de lo que se denomina economía. En consecuencia, sólo es considerado trabajo el trabajo productivo (que se hace por dinero), quedando fuera el trabajo reproductivo (el de mantener la vida) y la amplia dimensión social de la economía.

Esta significación de la economía como exclusivamente una cuestión de mercado tiene unas connotaciones ideológicas, respecto al ser humano, muy claras. Se presenta al ser humano como un individuo cuyo perfil individualista está regido por la racionalidad e independencia absolutas, y cuyos intereses propios son los que le guían –en exclusividad- en su actuación social.

Este ideario, parte fundamental del modelo patriarcal y capitalista neoliberal que estamos viviendo, obvia el hecho de que el ser humano es un ser social dependiente que por sí solo no puede lograr la subsistencia (y que, además, vive en un mundo de recursos finitos). Dicho modelo basado en la ficción individualista deja de lado la parte fundamental de la economía, aquella que posibilita y mantiene la vida: el invisibilizado y denostado trabajo reproductivo y de cuidados:

[Cuidados:] Se trata de una función social que implica tanto la promoción de la autonomía personal como la atención y asistencia a las personas dependientes. Esta dependencia puede ser transitoria, permanente o crónica, o asociada al ciclo de la vida de las personas. Son acciones que la sociedad lleva a cabo para garantizar la supervivencia social y orgánica de quienes han perdido la autonomía personal o carecen de ella y necesitan de la ayuda de otros para realizar los actos esenciales de la vida diaria. El cuidado es un componente central en el mantenimiento y el desarrollo del tejido social, tanto para la formación de capacidades como para su reproducción [1]

Debido a la división sexual del trabajo, el trabajo reproductivo y de cuidados es realizado principalmente por las mujeres que dan su tiempo y su trabajo gratuitamente (es decir, en condiciones de esclavitud).

Estas cuestiones dejadas en un segundo plano por la economía de mercado, sí son tenidas en cuenta como una cuestión principal por la economía feminista (que comienza sus andanzas en la década de los ochenta y se consolida en los noventa), la cual sustituye el mercado por la vida, en lo que al centro de mira de la economía se refiere.

Esta postura supone una ruptura absoluta con el sistema económico actual, tanto en lo que se refiere a la producción y acumulación de capital, como a la explotación de las personas y los recursos. Se plantea una reestructuración de los diferentes eslabones lógica e históricamente ordenados: los sistemas naturales, el espacio doméstico del cuidado, las comunidades, el Estado y los mercados[2]. Cambiar la lógica de mercado centrada en la producción y el consumo (que es contradictoria con la sostenibilidad de la vida humana) por una lógica que ponga la mirada en la forma en que las personas cuidan de sí mismas y de los demás (algo altamente feminista, por cierto).

Por otra parte, decir que para perfilar las propuestas feministas ha sido necesaria la elaboración de nuevos cuerpos teóricos y metodologías que posibiliten el estudio de la economía de la vida, proponiéndose nuevos objetos y vías de estudio distintos a los de la economía de mercado.

Si bien –como en todo lo relacionado con los feminismos- no hay una única postura o un camino perfectamente delimitado, sí podemos nombrar ciertas cuestiones que entran en juego desde la crítica feminista de la economía: a) la redefinición de los conceptos de trabajo y productividad a conceptos más amplios que incluyen actividades no remuneradas o que no producen dinero sino bienes sociales (como los cuidados y la sostenibilidad de la vida, respectivamente); b) la cooperación y cuidado son entendidos como elementos fundamentales de la economía; c) se tienen en cuenta las relaciones de poder que marcan las pautas del intercambio económico en el mercado y la familia (el mercado no es considerado como algo que se autorregula y tiende por sí mismo al equilibrio); d) se considera la familia como el núcleo central de la economía; e) toma importancia el estudio del tiempo y cómo se gestiona/utiliza éste[3]; f) se tiene en cuenta una perspectiva holística del ser humano, entendido como un ser complejo marcado por la sociedad, cultura, normas jurídicas, condiciones materiales, condiciones simbólicas, etc.

Todo esto supone una profunda transformación de las formas de investigación, herramientas y conceptos relacionados con la economía.


  • La necesaria crítica (constructiva) a la propuesta marxista**.

Cabe hacer un inciso final sobre la necesaria crítica la propuesta marxista clásica de carácter socialista, y por ello la gran opción contra el neoliberalismo.

El marxismo supone la articulación de un análisis de clase aplicado tanto al trabajo doméstico y la familia como a las condiciones singulares de la opresión de las mujeres en sus trabajos. No podemos dejar de reconocer lo innovador de la propuesta para su época, y el gran paso que supuso de cara al reconocimiento de la opresión de las mujeres. Sin embargo, esta propuesta hace interesantes aportaciones pero también consta de numerosas carencias.

Entre las aportaciones podemos destacar el reconocimiento del ámbito doméstico no sólo como espacio de consumo sino también de producción y la puesta del punto de mira en las relaciones personales de opresión que se dan en las familias y en las parejas, y el claro interés o beneficio que el capitalismo tiene sobre ello. Engels afirma en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) que

El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción.

Sin embargo esta posición también tiene sus carencias: se continúa manteniendo la dicotomía productivo-reproductivo donde lo productivo posee una centralidad indiscutida y donde el análisis de lo reproductivo se centra en las consecuencias que este último tiene para el primero:

[…] El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal […] el trabajo doméstico perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquél, un accesorio insignificante. Esto demuestra que la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante[4].

Por otra parte la ausencia de un análisis simbólico de los problemas reduce las posibilidades de analizar con cierta profundidad las relaciones interpersonales y el comportamiento humano (tanto en lo privado como en lo público). A su vez, todas estas cuestiones tienen como consecuencia el hecho de que desde ciertas posturas/ámbitos marxistas/socialistas no se haya sido capaz de ver el conflicto de género intraclase o se le haya preferido silenciar/invisibilizar en pos de los intereses de clase, cuestión que -por cierto- ha conllevado numerosos reclamos desde los feminismos socialistas y anarquistas.




[1] Alma Espino y Soledad Salvador, Sistema nacional de cuidados: una apuesta al bienestar, la igualdad y el desarrollo, CIEDUR: Montevideo, 2013

[2] CARRASCO C. y E. TELLO, Apuntes para una vida sostenible, en M. FREIXANET MATEO, Sostenibilitats: Politiques publiques des del feminisme y l’ecologisme, UAB: Barcelona, 2012.

[3] En este aspecto son muy innovadoras las investigaciones de la socióloga María Ángeles Durán quien ha trabajado para sacar a la luz el trabajo invisibilizado y los aportes a la economía de las mujeres amas de casa y cuidadoras que brindan su tiempo.

[4] Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884

* Estas líneas que tienen delante son sólo un esbozo de las ideas generales de la Economía Feminista. Las autoras de referencia para quienes quieran seguir indagando en estas cuestiones son, a mi modo de ver,  Amaia Pérez Orozco y Cristina Carrasco.

** Para leer una crítica feminista a Marx desde Marx: Silvia Federici Calibán y la bruja